martes, 10 de mayo de 2011

Para repensar el Problema del Mal

Repensar el mal

La existencia del mal es un problema que se han planteado los grandes pensadores, aunque ninguno lo ha resuelto satisfactoriamente; y ciertamente no será este artículo el que lo resuelva, pero algunos no podemos renunciar a acotarlo a nuestra medida y  adoptar una actitud razonada.

          Andrés Torres Queiruga es un filósofo y teólogo comprometido con la realidad y viene repensándolo desde hace muchos años. Ahora ha expresado su respuesta en un libro –Repensar el mal editado por Trotta, y en una entrevista con José Manuel Vidal, publicada en Religión digital en el pasado mes de abril. A su sombra, me permito reflexionar en voz alta.

          Si nos remontamos a la gran contradicción que platea el problema del mal, no podemos eludir el célebre dilema de Epicuro: si Dios quiere evitar el mal y no puede, no es omnipotente; y si puede y no quiere, no es bueno. Es un dilema con trampa. No podemos esperar que nadie, ni Dios, haga lo imposible. Para hacer sentir esta imposibilidad, Torres Queiruga suele decir que va a dividir la clase en tres mitades; naturalmente los alumnos le reprochan la contradicción.
          Evitar el mal es imposible, es una contradicción. El mal es el correlato de la finitud –limitación, contingencia, imperfección– de la creación. Dios no puede crear otro ser absoluto, infinito; si crea algo, tiene que ser limitado y por tanto imperfecto, temporal, inconsistente en sí mismo. Lo dijo Spinoza “toda determinación es una negación”. Si eres hombre, no puedes ser mujer, aunque ambas cosas sean valores estupendos.
          Otros autores dicen que el mal es inherente a la evolución. Al ir evolucionando, vamos superando dolorosas carencias. Es otra manera de decir que somos limitados, y sufrimos más por ser conscientes de nuestras limitaciones.
          Aquí entra también la consideración de nuestra responsabilidad. El mal que mayor horror nos causa no es el mal físico, o los desastres de la naturaleza. El mal más hiriente es la muerte de inocentes por hambre, guerras, explotación. Este es un mal que no queremos remediar, porque exigiría una disminución de nuestros privilegios. ¿Dónde estaba Dios en Auschwitz, o en el Congo, en Sudán…? Y ¿dónde estábamos y estamos nosotros ahora?
          ¿Valía la pena crear un mundo imperfecto, sometido necesariamente a dolorosas carencias? Torres Queiruga pone el ejemplo de los padres. Sabemos que nuestros hijos van a sufrir enfermedades, limitaciones y riesgos; sin embargo hay un consenso universal en engendrar hijos por amor. El amor y la vida superan esos dolores y esos riesgos.
           La principal característica del Dios de Jesús es el amor. Para la cultura grecorromana, la principal característica de los dioses era el poder; y el dios supremo tenía que ser omnipotente. En el Nuevo Testamento, el adjetivo omnipotente sólo aparece en el Apocalipsis; pero este adjetivo se ha colado en nuestro credo, poco más o menos con el mismo derecho que Poncio Pilatos.
           En este punto meto yo mi cuña y añado. Dios es amor y nos ha creado porque nos ama y para que le amemos. El dolor que conlleva nuestra limitación pertenece a la realidad presente. La verdadera realidad –la que intuyeron los místicos, la que Jesús describió como el abrazo del Padre o el banquete del Reino– es participación del Ser mismo de Dios, y ahí no habrá limitaciones ni lágrimas.
          Algunos me reprocharán que apele a una realidad que no conocemos, pero ¿acaso conocemos el mundo en el que vivimos? Los científicos cada vez descubren nuevas interpretaciones y desechan las antiguas. Si el origen de este mundo tangible todavía no tiene explicación, ¿la va a tener el problema intangible del mal? ¿Es descabellado buscar la explicación en otra realidad de la que dan fe los místicos de todos los tiempos y de todas las culturas? ¿Nos cerramos la puerta con el orgullo de la diosa razón?
          Quizás el secreto de nuestra incomprensión del problema del mal esté en que adoptamos un punto de vista a la medida de nuestra perspectiva humana, no según la perspectiva de Dios. Pedimos explicaciones a Dios democráticamente, preguntándole de tú a tú; olvidamos que Dios y sus proyectos están muy por encima de nuestra capacidad intelectual.
          Dios sí nos ha dejado un vislumbre de comprensión, pero es mediante nuestra capacidad de amar. El amor es lo más auténtico de nuestro ser, porque el amor es la participación del verdadero Ser –de la verdadera realidad- porque Dios es amor.
          Jesús estaba identificado con el Padre y aun así reconoció la limitación de sus conocimientos; respetó su misterio. Sólo al Padre está reservado conocer el último día, atribuir un puesto a su lado, revelarse a los pequeños. El misterio del Padre se hizo más espeso cuando Jesús se sintió abandonado en el momento de su muerte, sin que el Padre enviara una legión de ángeles –o a un Nicodemo- para bajarle de la cruz o para instaurar el Reino, que él había anunciado en su nombre como Mesías.
          Espero que no hayáis quedado satisfechos con estas explicaciones. A mí tampoco me satisfacen. Si quedáramos satisfechos sería porque somos poco insensibles al tremendo dolor ajeno, o porque nos habríamos compenetrado con el ser de Dios; y esto último no es de este mundo.
       Me pareció interesante este articulo de la página de Atrio.org. justamente estoy escuchando el tema cantado por Edith Piaf: "Non, rien de rien. Non, je ne regrette rien. Ni le bien qu'on m'a fait, ni le malTout ça m'est bien égal."
Traducido: "
No, no me arrepiento de nada. Ni el bien que me han hecho, ni el mal Todo eso me da lo mismo."
Nos merecemos un replanteo del mal en el la vida y en el mundo. Creo que un planteo integrador de toda la realidad debe darle al mal un lugar dónde se asocie se sume al todo. Seguro será motivo de mucho aprendizaje.

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