Muchas
veces hemos oído que la Meditación es fuente de descanso, de paz, nos relajamos
y nos conectamos con el centro de belleza, sabiduría y amor que albergamos en
nuestro ser.
Esta
manifestación de la perfección original no exige ningún esfuerzo, sino justamente
relajación y confianza.
Decirle
a una persona que está confundida y sufre y que no sabe cómo salir de esa
situación, que meditando, conectándose con su esencia, se liberará de su
sufrimiento, es mínimamente una falta de sensibilidad, cuando no una crueldad.
Si
los seres humanos estamos disociados, desconectados, y por esto vivir en el
dolor y el sufrimiento, se debe a una instancia
de nuestra naturaleza que se ha desarrollado para nuestra supervivencia, el Ego.
El
Ego y sus disfunciones no pueden ser trascendidos simplemente porque se los
condene o critique o se lo ignore. El rechazo del Ego y la incapacidad de
contemplarlo y comprenderlo y por ese camino de sanarlo y trascenderlo, es otra
de las consecuencias de la disociación entre espiritualidad y psicología.
Podemos
comenzar llevando esta indagación a nuestro propio corazón, contemplar amorosa y
compasivamente lo que aparezca en nuestra consciencia.
Tratemos
a nuestro Ego con a un niño temeroso y triste, que a veces expresa su dolor, su
temor o tristeza oculta en la violencia, la arrogancia, el intelectualismo, las
adicciones, la pedantería, la auto victimización o la manipulación emocional de
los demás.
Reflexión a partir de un
texto de Daniel Taroppio.
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